domingo, 24 de febrero de 2008

"La Villa, el Trasgo y la Ninfa"

Este cuento está ambientando en la Villa de Madrid, visitada por seres venidos de Asturies.

“Esa oquedad en tu mano izquierda, se debe a la pérdida de un sueño en alguna tormentosa noche, es la seña de identidad de un trasgo”, esas fueron las palabras del druida. Esa era la razón por la que Trasgo había emprendido camino en busca de aquel sueño perdido. Aquella ciudad era vetusta e infinita, abandonó el ancho paseo que había tomado bajo las colosales e inclinadas columnas que abrían puerta al norte de la Villa. En aquel lugar apareció ante si innumerables encrucijadas de estrechas calles, aturdido se introdujo en un local, en torno a las mesas de madera se encontraban las gentes hablando y riendo sin parar. No había visto tanto humo desde que el dragón Mutzu atacó su aldea en busca de ovejas, quizá los habitantes de aquella ciudad tuvieran ancestros dragonéanos.
Sobre el piano se encontraba una pequeña figura, casi imperceptible, algo etérea, una presencia sutil como una brisa, había detectado a Trasgo y su curiosidad la hizo descender hasta llegar ante él.
Trasgo se frotó los ojos ¿qué hacia una ninfa en aquel recóndito lugar?
Ninfa había volado hasta esta Villa desde los bosques encantados, se necesitaba de una leyenda para deshacer el hechizo de la Guaxa de la helada que había cubierto sus valles.
Ambos decidieron unirse en la aventura, Trasgo ya conocía el lugar, recordaba haber visitado sus lares cuando acompañó al gran Turpin, en aquella ocasión recogieron un mapa olvidado siglos atrás en la Villa.
Él la llevó a recorrer sus calles, por anchas aceras con esculpidos gigantes de piedra que desde sus abalconados ojos envidiaban su calor en aquella helada noche. Una dama se paseaba en carro de leones buscando abrigo bajo la puerta de piedra, un oso despistado se aferraba al árbol de frutos anaranjados para ver más allá del palacio de música. La realeza y su castillo irreal a esas horas se habían convertido en calabaza. Los barrenderos cuchicheaban, envidiosos por cambiar su lugar con alguno de los dos. Los coches blanquiazules de la policía que seriamente les escudriñaban. Y el hombre sin hogar buscando sueño en el cajero, acompañado de su perro y algunos gatos. El mimo ya marchó más dejó su cajón, ha de regresar mañana para su función. Vendedores de bocadillos orientales queriendo alimentarles.
Llegaron ante el reloj, tras el cual hacia horas que se encontraba soñando el sol, por ello el frío había paralizado sus manecillas y el tiempo ya no existía.
Cruzaron de esquina a esquina la gran plaza, dejando atrás el caballo también congelado en su centro. Al salir por el arco y bajar la escalinata, descubrieron una puerta, Ninfa se escurrió hacia dentro por una fisura, como si de una gota de agua se tratara, y Trasgo aprovechó la salida de un grupo de ebrios compañeros que cantaban desentonados una canción, que por cierto era de su tierra, ¿cómo la conocerían?
Aquello era una cueva, le recordaba a la que tenía su tío Grap, donde se encontraba el lagar, la humedad era la de los bosque de robles y hayas donde vivía Ninfa, los dos descubrieron algo entrañable en aquel lugar.
Ninfa nunca supo por qué pero la luna que la trajo al mundo le había regalado el don de la intuición, se dejo llevar, se posó encima de una tinaja miró en su interior, allí… allí había un libro. Trasgo trepó por las curvas de la vasija aferrándose a su panza, estaba fría, las vasijas conservan su origen la humedad que las arenas pantanosas les concedieron, por ello su tío Grap decía que era la mejor cuna para los vinos ya nacidos, pero que la sidra de su tierra debía buscar la calidez de la madera de los árboles que la vieron nacer.
Al descender a las entrañas de la tina, ambos seres leyeron “construida sobre agua fui, mis muros de fuego son”
Aquello debía ser una pista los hados les habían llevado hasta allí, pensó la Ninfa, estaba claro el agua transformada en fuego como ocurrió en su bosque cuando le invadió el agua y heló la Guaxa blanca. Si descubría la manera de hacer, el hechizo desaparecería. ¿Cómo había logrado esa Villa pasar del agua a muros de fuego?
Trasgo dio un brinco, tomó por el brazo a Ninfa y escaló a toda prisa, saltó al suelo y ya estaban en la calle corriendo hasta llegar al pie de una interminable y empedrada escalera. Allí le dio relevo Ninfa y asiéndole por su mano diestra, para no perderle, sobrevoló cruzando el jardín de vistillas festivas hasta llegar a la cúspide de una iglesia toda ella circular. Al descender anduvieron la calle y antes de cruzar el puente que llevaba al gran Palacio Real, doblaron a la izquierda hasta bajar a los restos de la muralla. La muralla medieval fue construida sobre la antigua árabe, en su origen era toda ella de pedernal y cuando las flechas intentaban traspasar para llegar a la Villa chispeaban fuego contra la piedra.
Ese era el enigma, una ciudad construida sobre un rio de agua y con unos muros que desprendían fuego, la carrera se había detenido, sus ojos fijos en las antiguas y negras piedras.
Trasgo con paso firme aferró su mano izquierda a la muralla, el pedernal encajó en su oquedad de tal modo que alzándola observó su mano completa.
Entonces la tendió hacia Ninfa, ella recogió la piedra que produce fuego en el cuenco de sus manos, con esta podía deshacer el hechizo de su bosque, la helada volvería a la Guaxa.
Trasgo había cumplido un sueño y… la oquedad seguía en su sitio. Claro estaba…
ella predecía que su vida estaría llena de nuevos sueños por buscar y realizar.

Mª José

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